Los pronunciamientos martiriales que se desencadenaron en
Córdoba a partir de aquel 18 de abril del 850, fecha en la que el joven
Perfecto aceptó voluntariamente el sacrificio, no son fáciles de interpretar a
la luz de hoy; las iniciales versiones católicas, nacionalistas y románticas
han perdido fuerza frente a otras más actuales procedentes de autores hispanos
y también de fuentes anglosajonas o alemanas, que intentan aproximarse a
aquellos sucesos de la Córdoba del siglo IX bajo una óptica mucho más
racionalista. Entre esquemas tan distantes, nos quedamos algo desconcertados.
Nos preguntamos si será posible contemplar, bajo la
perspectiva actual, unos hechos que no dejan de sorprendernos y que tuvieron
lugar en un mundo de exaltaciones y antagonismos frecuentemente impulsados por
exacerbaciones místicas, guerreras y hasta apocalípticas.
Es evidente que los cristianos estaban sometidos a ciertas presiones por parte del mundo musulmán, pero la pregunta es si estas fueron suficientes como para justificar la oleada de martirios
voluntarios que se desencadenaron en ese año y los siguientes.
Las excesivas presiones tributarias ejercidas sobre los
dimmíes, las limitaciones externas cultuales tales como la prohibición de tañer
las campanas, efectuar entierros y procesiones en público y construir nuevas
iglesias, las burlas y el menosprecio a los que públicamente estaban sometidos
los cristianos, particularmente los sacerdotes, todo ello configuraba la
incuestionable realidad de que la comunidad mozárabe cordobesa pasaba por una
incómoda situación.
La realidad es que se experimentaba por aquellos días un palpable decaimiento
moral y cultural de la comunidad cristiana, con la excepción de la mayoría
monjes asentados en los monasterios de las sierras cercanas, donde, poco a
poco, se fue fraguando una absoluta oposición a cualquier fórmula de
convivencia con las formas de vida impuestas por la religión islámica.
Estos monjes rehuyeron todo intercambio de ideas con la
comunidad islámica, aislándose en los monasterios fuera de la ciudad;. No se
trataba de polemizar con los musulmanes, sino que se optó por un enfoque mesiánico, el de ir al encuentro
de Cristo triunfante llevados del espíritu del Antiguo Testamento, siguiendo
las pautas marcadas por el Apocalipsis. Y el camino del martirio era el único
que se veía posible frente al incontenible avance de las fuerzas del mal,
representadas por el Islam. Los monjes mozárabes rechazaron la convivencia con
el mundo musulmán, eligiendo la única actitud que podría prender la chispa del
remordimiento en sus hermanos "tibios" que, abajo, en la ciudad,
contemporizaban con sus enemigos. La única vía que se vislumbraba como posible
solución para todos aquellos males era el martirio. Desafortunadamente para sus propósitos, este
segundo objetivo fracasó, y el movimiento martirial no tuvo ningún eco dentro de la propia comunidad cordobesa, mientras que, por el contrario, sí
causó impacto entre las gentes cristianas del norte.
La justificación de las actitudes martiriales no resulta
fácil a nuestros ojos si se enfoca exclusivamente por el nivel de libertades
existentes e incluso por las condiciones de vida social reinantes en la Córdoba
del siglo IX.
En los casos de Perfecto, Juan, y, sobretodo, Isaac, se observa
que sus motivaciones fueron completamente personales, sin que mediara
aparentemente ninguna influencia externa; Eulogio se limitó a registrar sus
muertes e iniciar con ellos el Memoriale Sanctorun, documento que se vería
engrosado con las listas completas de los subsiguientes mártires.
El esperado factor de contagio entre la
comunidad mozárabe no llegaría nunca a producirse. No se dejaron arrastrar por
la oleada de martirios de los monjes, manteniéndose, por el contrario, más
cercanos a las posturas del obispo Recafredo y de los que apoyaban la
convivencia pacífica. Sin embargo, no es menos cierto que el goteo de martirios
continuó durante algunos meses hasta su total conclusión.
Como síntesis de todo lo que antecede, resulta patente la difícil
justificación del hecho martirial cordobés, dentro de un contexto de razonable
convivencia pacífica, exenta de auténticas persecuciones religiosas. Por lo
demás, en nuestro ánimo queda el respeto por la valentía y la entrega de
aquellas gentes. Faltan las razones a la luz de hoy, pero permanece la
generosidad de la fe de ayer.
Fuente: "Mozárabes y mozarabías" del autor. Ed. Universidad de Salamanca