En alguna medida, hubo un cierto paralelismo entre el tiempo pasado ya en el siglo I, con la paganización de los emperadores romanos y el comienzo de las persecuciones, con el siglo VIII, cuando las comunidades cristianas del norte de Hispania vivieron bajo la presión de los invasores islámicos.
Fue en aquel siglo VIII cuando el monje Beato escribió los Comentarios a la Apocalipsis en el remoto aislamiento cántabro del Monasterio de Liébana, donde la vida transcurría bajo el temor de las rafias musulmanas, con la prevención contra las herejías arriana y adopcionista y el miedo a las posibles consecuencias del fin del milenio. Era, por tanto, un panorama de constante desasosiego e incertidumbre.
Fue en aquel siglo VIII cuando el monje Beato escribió los Comentarios a la Apocalipsis en el remoto aislamiento cántabro del Monasterio de Liébana, donde la vida transcurría bajo el temor de las rafias musulmanas, con la prevención contra las herejías arriana y adopcionista y el miedo a las posibles consecuencias del fin del milenio. Era, por tanto, un panorama de constante desasosiego e incertidumbre.
En medio de ese ambiente, se necesitaba una motivación, infundir ánimos para hacer ver a la población cristiana que, tras tantas calamidades, llegaría la paz y la felicidad, con el triunfo de la misericordia divina.
Los Comentarios de Beato pronto alcanzaron gran difusión. Con toda probabilidad, el manuscrito que hoy se encuentra en los estantes de la Biblioteca Real del Monasterio de El Escorial fue copiado a finales del Siglo X, en el escritorio de San Millán de la Cogolla aunque no sepamos muy bien cómo llegó a la biblioteca escurialense. Probablemente fue el humanista Ambrosio de Morales el que lo vio en la Catedral de Oviedo y lo llevó a El Escorial, siguiendo las instrucciones del mismo Felipe II.
A estas alturas, después de tanta polémica sobre la terminología de mozárabe, no debiera producir ningún rechazo cuando la aplicamos a las copias derivadas del escrito del monje Beato. De hecho, de las mas de veinte que han llegado a nuestros días, a más de la mitad de ellas, aunque sea de manera convencional, se les sigue considerando como de estilo mozárabe.
Nunca podremos averiguar cuantos copistas de los Beatos fueron monjes procedentes del sur andalusí. Además, no olvidemos que la denominación "mozárabe" no es, en puridad, un término artístico sino más bien histórico, y aunque reconozcamos que estas iluminaciones recibieron influencias tanto visigóticas como carolingias y árabes, creo que se puede seguir aplicando esta nomenclatura sin ningún reparo. Sobre todo si tenemos presente que esta denominación que, en su día, acuñó Gómez Moreno, sigue vigente porque, entre otras cosas, no ha sido reemplazada por ninguna otra de mayor precisión.
Pero si es verdad que, últimamente, parece que los expertos se inclinan por negar en estos códices la existencia de influencias árabes o de gentes venidas de al-Andalus. Desde luego, en este Beato de El Escorial, no hemos detectado ninguna.
Días pasados, hemos vuelto a tocar, aunque fuese en facsimil, las hojas de este Beato, y hemos experimentado las mismas sensaciones de siempre. Nos han acariciado sus tonos cromáticos y nos hemos deleitado con la ingenuidad de los rostros. Y nos sigue admirando la inmediatez con la que aquellos copistas expresaban los horrores apocalípticos en medio de aquel entorno de temor religioso y político.
Merece la pena un rápido recordatorio de algunas de sus sencillas iluminaciones, todas imaginativas y algunas aterradoras. Claro que no podía ser de otra manera en tiempos de la casi desaparición del reino visigótico, bajo la cercana amenaza musulmana, atenazados tambíén por los negros presagios ante el cambio del milenio. Era, pues, necesario identificar al Anticristo con los falsos profetas y con los heresiarcas como Arrio y Elipando de Toledo, pronosticando el triunfo final de Cristo por encima de tantas penalidades.
En este vídeo que podéis ver a continuación, apreciareis algunas particularidades de este curioso Beato. Veremos en él parte sus gráficas iluminaciones, asociadas con el correspondiente texto apocalíptico aludido, lo cual nos ayudará a comprender el sentido de estos complejos simbolismos. Siempre resulta difícil su interpretación pero, desde luego, sin la correspondencia obligada con el pasaje bíblico, resultaría tarea poco menos que imposible.
Creo que gran parte de la atracción que siempre hemos sentido por estas iluminaciones reside en el milagro de cómo estos artistas incipientes, valiéndose de rasgos candorosos y casi infantiles, fueron capaces de plasmar la tragedia y el drama de sus vidas, en aquellos siglos VIII a X.
Y fruto de esa atracción hemos vuelto ahora a ojear sus 151 folios para descubrir nuevos y sugerentes detalles.
Y fruto de esa atracción hemos vuelto ahora a ojear sus 151 folios para descubrir nuevos y sugerentes detalles.
Es verdad que sus 52 iluminaciones ofrecen brillante colorido, muy en especial sus amarillos y también sus ocres y sus verdes. Pero no es menos cierto que llama la atención su escasa plasticidad y la repetición abrumadora de sus figuras, siempre en las mismas posiciones, con las mismas vestimentas y con los mismos rostros, sin apenas relieve ni sensación de movimiento. La falta de perspectiva se hace omnipresente y ello nos lleva a recalcar lo ya sabido: mas que por el sentido artístico, el iluminador de San Millán de la Cogolla estaba guiado por una firme fe religiosa. En otras palabras, era antes monje que artista.
La primera característica que notamos es que la mayoría de las láminas están enmarcadas, claro que el copista de turno se saltaba el cuadro cuando quería resaltar algo.
Las caras de los personajes están compuestas por una nariz de un sencillo trazo vertical que se continúa por una de las cejas. Casi todos los rostros aparecen de perfil, en dos variantes, una más moderada y otro más acusada.
La posición frontal parece reservarse a las figuras de Dios y de algunos ángeles y, curiosamente, en estos casos la nariz se dibuja con dos trazos verticales en vez de uno.
Los ojos son almendrados pero las almendras están generalmente orientadas las dos hacia un mismo lado. Sin embargo, aquí también se hace una distinción con los ojos de Dios, cuyas almendras se dibujan en sentidos opuestos.
¿Podemos interpretar ambas curiosidades como un subyacente deseo de patentizar una cierta jerarquía? Si fuese así, ello demostraría el carácter casi infantil que prevalece en estas iluminaciones.
Los ojos se representan con un simple trazo recto cuando se refieren a personajes dormidos o muertos. ¿Podemos interpretar ambas curiosidades como un subyacente deseo de patentizar una cierta jerarquía? Si fuese así, ello demostraría el carácter casi infantil que prevalece en estas iluminaciones.
Las manos con cuatro dedos juntos y excesivamente alargados, desproporcionadas y torpemente dibujadas.
Por lo demás, las orejas son bilobuladas, las vestiduras planas pero con tiras paralelas y las cabezas con cabelleras cortas, rodeadas de limbos, como en casi todos los Beatos. Estos son algunos de los rasgos comunes que muestran estas entrañables dibujos.
Bibliografía:
Mentre, M. El estilo mozárabe, Ed. Encuentro, Madrid, 1994.
Williams, J. The illustrated beatus., Harvey Millers Publishers, 1998.
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