Es entonces cuando ponemos nuestra
atención en los múltiples tejadillos con distintas vertientes, reflejo de la
riqueza volumétrica de la primaria construcción, en los modillones que soportan
sus aleros, cuyos lóbulos están profusamente decorados con rosetas y motivos
vegetales, corriendo sobre sus muros elegantes cenefas.
Una vez en el interior, además de la consabida sensación de intimismo que
producen siempre estas "mezquitillas" mozárabes, nos fijamos en los pilares compuestos de columnas
adosadas de las que parten arcos en los cuatro sentidos, solución que, por
entonces, no tenía precedentes y que luego se prodigaría en el posterior
románico.
Los espacios interiores abovedados a diferentes alturas y con bóvedas de cañón orientadas transversal y longitudinalmente, marcan la independencia entre ellos. El conjunto de arcos de herradura propiamente mozárabes, de distintos tamaños y posiciones, con sus capiteles y columnas soportando el cimborrio y las naves, es inmejorable. En el arco triunfal no podía faltar un elegante alfiz, indeleble impronta mozárabe importada de al-Andalus.
El altar está soportado sobre una gran losa rescatada del antiguo suelo, en la que se aprecian siete círculos de incierta significación entre cristológica y escatológica, anterior al levantamiento del templo cristiano por los condes de Liébana, Alfonso y Justa, allá por el 925.
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