En el Nuevo Testamento hay un libro, el Apocalipsis de San Juan, dotado con un profundo sentido escatológico, que sirvió de inspiración fundamental al grupo de manuscritos conocido como los beatos. Curiosamente alcanzó mayor difusión en la España de los siglos X al XII que incluso la Biblia y los Evangelios. Obra que se distancia notablemente del contexto evangélico, mostrándonos una imagen de Jesús, antes juez y castigador de las desviaciones humanas que benévolo y misericordioso.
En el último cuarto del siglo VIII, en lo más recóndito de las montañas cántabras, un monje llamado Beato de gran cultura religiosa, dedicó una parte de su vida a escribir en el monasterio de Santo Toribio de Liébana los Comentarios al Apocalipsis. No parece descartable que este hombre procediera de las tierras de la Bética, con superior desarrollo cultural, las únicas en las que pudo recibir tan profunda formación teológica y humanística. Los Comentarios pronto se convirtieron en el estandarte necesario para la motivación religiosa de los cristianos que iniciaban el largo enfrentamiento con los poderosos vecinos musulmanes. Estos Comentarios no eran otra cosa que una recopilación de textos de autoridades de la Iglesia sobre el enigmático libro sagrado del Apocalipsis. Leyendo entre líneas era fácil identificar a las fuerzas del mal con los enemigos muslímicos; en sus textos y en sus iluminaciones se reflejaba la obsesión por la inminente llegada del Anticristo, dominante de las inquietudes religiosas de la época, así como el terror ante el no menos inminente milenario, augurio de las más impredecibles tragedias. En los Comentarios se vislumbraba la clara intencionalidad política de dotar a los cristianos con una simbología adecuada para enfrentarse con los sarracenos.
Al parecer el manuscrito original del propio Beato ya incluía sus correspondientes iluminaciones, pero se ha perdido. Sus copias comenzaron a proliferar y los Comentarios al Apocalipsis llegaron a alcanzar gran difusión en la España cristiana, atestiguada por el elevado número de manuscritos que de esta obra salieron. Siguiendo la tradición litúrgica impuesta ya en el Concilio IV de Toledo, bajo la autoridad de San Isidoro, se había hecho preceptiva la lectura del Apocalipsis en todas las misas desde Pascua a Pentecostés, por lo tanto, los Comentarios al Apocalipsis de Beato no hicieron sino recoger y continuar esa tradición dentro de la Liturgia hispanovisigótica.
De los treinta y dos manuscritos existentes, afortunadamente veintisiete están casi completos, pero lo más importante es que veintidós de ellos incluyen miniaturas de un estilo muy definido, dentro de la valiosa oferta de la Edad Media hispana.
Se trata de grandes libros de elaboración muy cuidada, en pergamino y con letra visigótica, con unas iluminaciones en general de tamaño relativamente grande, que llegan a poner en duda su calificación de miniaturas (algunas alcanzan 40 x 30 cm). Las figuras humanas no pasan aquí de ser meros actores del gran drama apocalíptico, no son nada realistas, sino simplemente espectadores colectivos. En cuanto a su disposición destacan por su frontalidad, recurriendo excepcionalmente a representar a las cabezas de monstruos a la vez de frente y de perfil, para resaltar más su horror. Dentro de una carencia absoluta de toda perspectiva óptica ni de sombreados, a veces se representan diferentes escenas dentro de bandas horizontales con fondos de variadas coloraciones.
El beato más antiguo parece ser del 930, pudiendo provenir del monasterio de San Millán de la Cogolla. Se halla depositado en la Biblioteca Nacional de Madrid, encontrándose en mal estado y sólo se conservan de él veintisiete ilustraciones.
Uno de los primeros beatos es el que se encuentra en la Biblioteca del Monasterio de El Escorial, del que se sospecha que procede también de San Millán de la Cogolla y que debió de ser escrito entre el 950 y el 955. Con ciertos repuntes de sabor islámico, ofrece una decoración que recuerda a los caracteres cúficos. Colores agresivos, predominando el amarillo como fondo. Gran similitud entre los rostros humanos de los personajes, con ojos almendrados, cuellos rectos, comisuras de los labios hacia abajo y orejas de doble lóbulo, dotados de una gran expresividad. Esta obra entró a formar parte de la biblioteca escurialense como donación que Ponce de León hizo al mismo rey Felipe II.
En la Pierpont Morgan Library de Nueva York se halla el beato de Magio, cuya fecha es difícil de precisar, pero que debió de andar allá por el 945, y que probablemente vio la luz en el monasterio de San Miguel de la Escalada. Sus 89 ilustraciones son de una riqueza extraordinaria, acreditando a este Magio como auténtico iniciador de una escuela de miniatura, que representa un gran salto respecto de las anteriores; es el autor de las bandas horizontales con mayor cromatismo, tratando a la vez a un superior número de personajes.
El beato de Tábara, del 970, comenzado por el mismo Magio y terminado por su discípulo Emeterio, está depositado en el Archivo Histórico Nacional de Madrid. A pesar de su mal estado de conservación, se trata de otra obra maestra. En una de sus ilustraciones se nos deja conocer la disposición de una scriptoria, situada al lado de la torre del monasterio de Tábara. Posee anotaciones marginales en árabe.
El beato de Gerona (archivo de la catedral), salió del monasterio zamorano de San Salvador de Tábara y su artífice fue el mismo Emeterio ayudado por la monja copista Ende, en el año 976. Es, quizás, el más rico de toda la colección de beatos que conocemos, incluyendo unas hermosas páginas con ilustraciones sobre la vida de Cristo. Influencia carolingia bien patente, por ejemplo, en un bello Maiestas con curiosos atlantes desnudos que sostienen el trono de Dios.
Ya en 1047, y por encargo del rey Fernando I, sale a la luz otro de los más completos beatos de la mano del copista Facundo, que hoy se guarda en la Biblioteca Nacional de Madrid. Este copista fue fiel seguidor de la escuela de Florencio, anterior en un siglo, aunque introduciendo una mayor audacia en los colores y un mejor sentido de la profundidad frente a la linealidad anterior.
Los últimos beatos son el de la catedral de Burgo de Osma, cuya autoría es de un tal Martinus, que pertenece ya más a la esfera del naciente románico, y el de Silos que, aunque inmerso ya en el esplendor románico de ese momento, se observa en él la más vieja tradición miniaturista. Se encuentra en el Museo Británico de Londres.
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