A tres kilómetros al norte de Berga hay un puente romano que cruza el Llobregat; desde allí ascenderemos por una pista que, a los diez minutos, nos deposita en una ladera a mediodía donde se recuesta esta iglesia. Hermosa perspectiva exterior de los ábsides, cuyo reparto volumétrico es armonioso y nos recuerda al de otras obras de más envergadura.
A principios del siglo IX ya figuraba como parroquia en las actas de la catedral de Seo de Urgel. Durante las reconstrucciones realizadas en los años 60, han aflorado unos cimientos visigóticos que hacia el siglo X debieron de ser ampliados por artífices mozárabes, quienes añadieron los ábsides circulares y las naves laterales; después sufrió profundas transformaciones ya en el período románico.
El rastro mozárabe se deja sentir con claridad en el interior del templo, en la planta de las capillas laterales, en la escasez de luz que apenas cruza las estrechas saeteras y, finalmente, y en los arcos de herradura interiores. Sobre estos dice Gómez Moreno que su diámetro excede las jambas, sus dovelas inferiores son horizontales (están colocadas a espejo) y son radiales sólo las superiores, próximas a la clave.
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