Mozárabes y mozarabías

Mozárabes y mozarabías
Biblia de León

martes, 30 de agosto de 2011

Arquitectura mozárabe

La controvertida arquitectura mozárabe tiene sus raíces en la hispanovisigoda con influencias de la árabe emiral, anterior al apogeo califal. Se empieza a manifestar a partir del gran éxodo de mozárabes hacia el norte, tras los sucesos del 850, y su principal escenario se encuentra en los reinos cristianos que reciben a los monjes constructores , en alguna medida influenciados por las manifestaciones artísticas cordobesas.

Es en el reino de León donde se halla la mayor concentración de templos mozárabes y también, aunque ya más dispersos, por Galicia, Asturias, Portugal, Cantabria, Rioja y las provincias castellanas de Valladolid y Soria. Otro núcleo muy definido lo forman las iglesias aragonesas del Serrablo, al pie de los Pirineos y, finalmente, otro tercer grupo está compuesto por las iglesias catalanas y del Rosellón francés, en las que la influencia mozárabe se percibe ya más difuminada que en las castellanoleonesas.

Los principales elementos que los mozárabes toman de sus antepasados visigóticos son el estilo corintio con ornamentación vegetal para sus capiteles, los modelos naturales para frisos e impostas y el mismo arco de herradura, ya conocido por bizantinos y romanos. Pero, por otra parte, la arquitectura mozárabe se surte de las fuentes de la islámica emiral. 

Por desgracia el esplendor alcanzado posteriormente por la arquitectura califal llegará tarde para influenciar a los mozárabes, por entonces ya en decadencia. Los apuntes bizantinos, el alfiz, los arcos de herradura avanzados, los capiteles corintios orientalizados y el cromatismo en las dovelas son, entre otras, las aportaciones islámicas transportadas al arte mozárabe.

Respecto a la planimetría, una de las primeras características de la arquitectura mozárabe es la compartimentación. Las plantas de las iglesias son generalmente reticuladas, es decir, compuestas por varios cuadriláteros, herencia clara de las iglesias visigodas aunque también se advierta una inspiración en lo musulmán, tal y como hemos ya anticipado. La segmentación de la planta de las iglesias mozárabes se hace extensiva a las alturas, dando como resultante una conformación de volúmenes, tanto interna como externa, de la que hablaremos después. Los ejemplos más definitorios de esta compartimentación lo ofrecen Santa María de Melque y Santa María de Lebeña, que se estructuran a partir de una serie de rectángulos con ambientes muy separados unos de otros y con la sensación final de un pequeño laberinto. Resulta aventurado hablar de una planimetría específica y predeterminada, que no sea aquella que se va improvisando en función de la consecución de unos volúmenes compartimentados, muy aptos para la función cultual y para la particular concepción del intimismo mozárabe.


San Cebrián de Mazote

Su reducido tamaño, que es otra de sus peculiaridades. Los mejores exponentes son Celanova y San Baudelio. En este último caso, de acuerdo también con su discreto aspecto exterior, cabría suponer la intencionalidad de pasar inadvertidas en el paisaje que las rodea, quizás debido al ambiente de persecución y hostigamiento en el que se vieron inmersos sus constructores. De lo que no cabe duda es de que en estos espacios reducidos y humildes, sería más fácil el encuentro íntimo y espiritual del hombre con Dios, apartados de una atmósfera exterior generalmente hostil y adversa. Podríamos aventurar que los mozárabes quisieron aplicar también al terreno de las proporciones arquitectónicas, su bien probada habilidad en el arte de la miniaturización de los beatos.

En las iglesias mozárabes la luz natural es un bien escaso. Las aberturas externas son mínimas, aunque su abocinamiento facilite la máxima entrada de claridad posible. Los huecos exteriores son exclusivamente para la entrada de luz y aire, nunca para la observación desde el interior. En el ábside sólo hay una angosta saetera que permite la entrada de la luz matutina de oriente, que se irá desplazando a lo largo del día, hasta aparecer por las otras ventanas a mediodía y poniente, creando unos contraluces que imprimen misterio e intimidad, favorecidos por la ya mencionada compartimentación del recinto. Para explicarnos esta falta de luz habría que pensar en las limitaciones técnicas constructivas, sin perder de vista el concepto que de este elemento natural tendrían los monjes, acostumbrados a vivir en la oscuridad perenne de las cuevas y a sentir la persecución como parte inseparable de su acontecer diario.

La carencia generalizada de elementos decorativos externos sólo tiene una excepción: los modillones de rodillos escalonados que sirven de soporte a los aleros de los tejados. Es la forma de sustentar voladizos con una cierta gracia. Aunque en Córdoba existen los modillones, ya conocidos por los romanos, los mozárabes son diferentes ya que sobresalen bastante del plano del edificio, presentando temas ornamentales tales como ruedas de radios curvos, esvásticas y flores con seis pétalos, temas muy visigóticos y bizantinos, que fueron previamente paganos y luego se cristianizaron. En Melque no hay modillones ni tampoco aparecen en las iglesias de Cataluña.

Las techumbres de San Cebrián de Mazote y San Miguel de la Escalada son de madera, a dos aguas, pero resultan casi una excepción pues predominan las bóvedas de cañón semicirculares o ultrasemicirculares. En cuanto a las cúpulas, son de dos tipos: de cascos o gallonadas, cuyo ejemplo más representativo está en los ábsides y la cúpula de Peñalba y también de Escalada, y las de nervios cruzados, cronológicamente más tardías, cuyo exponente máximo son San Baudelio de Berlanga y San Millán de la Cogolla, ya muy influenciadas por lo califal.

Los ábsides son rectangulares externamente, pero de planta circular interior, con el radio sobrepasado. El ábside se comunica con la nave central por un arco triunfal de herradura que suele ser algo angosto y no muy alto, impidiendo ver la bóveda del mismo ábside hasta que no se está dentro de él. Nos recuerdan el espacio sagrado de un mihrab o el ambiente cerrado de una cueva de eremitas. Aunque en algunos casos los ábsides sean cuadrangulares interiormente, lo que siempre es común es el arco de herradura como arco toral. En la parte superior de estos espacios absidales las bóvedas, marcan la independencia de este volumen.

Dentro de estos reducidos ábsides se encontraban los altares en forma de T, compuestos por dos piezas, un soporte cilíndrico vertical y una mesa de pequeñas dimensiones, guardando en el interior de ambas piezas las reliquias de los santos y mártires. Esta particular disposición la conocemos únicamente por las miniaturas.

Acerca del sobrepasado del arco de herradura queda decir que es variable: 1/3, 1/2, 2/3, del radio, pero no parece ser diferenciador de distintos estilos o escuelas. Cuestión aparte son los matices que ofrecen, respectivamente, el arco de herradura visigodo y el cordobés, para decidir cuál de ellos influye en el mozárabe. Las diferencias provienen de su estilización y su peralte, según que la separación de intradós y trasdós sea mayor o menor en la clave, pero, respecto al sobrepasado, parece imponerse la tesis de que cualquier regla general resulta muy aventurada. En los arcos, las primeras dovelas a partir de los salmeres suelen ser horizontales, pero las siguientes superiores serán radiales. Al pie del arco pueden nacer unas sencillas impostas con molduras o nacelas cóncavas. Estas impostas que, en lo visigótico parecen tener la función de refuerzo del muro, son meramente decorativas en casi todas las obras mozárabes.

Los capiteles son siempre corintios, sin influencia cordobesa, sino prerrománica. Son, por lo general, de mármol, tallados a bisel o a trépano, modalidad ésta de claro antecedente bizantino; frecuentemente estos capiteles presentan un astrágalo sogueado que nos recuerda el arte asturiano. Los motivos iconográficos suelen ser vegetales o geométricos, alternándose las hojas de acanto como símbolo de la eternidad y la palma como representación de la virtud y el martirio. Los fustes de las columnas carecen, salvo las excepciones de San Cebrián de Mazote, de toda ornamentación.



Y llegamos a uno de los rasgos más acusados del arabismo mozárabe: el alfiz, que no es otra cosa que una moldura externa rectangular que abarca el arco, puramente ornamental, siendo variable su altura respecto a las dovelas. La ya mencionada correspondencia de formas rectangulares externas con circulares internas, en los ábsides, tiene su manifestación más gráfica en el alfiz; así, cuando los miniaturistas mozárabes quieren representar las siete iglesias del Apocalipsis, lo hacen con un arco de herradura enmarcado en su correspondiente alfiz.

Por todo lo que antecede se desprende que no resulta fácil la valoración global del entramado arquitectónico mozárabe, ya que no está clara la originalidad de sus elementos básicos ni siquiera su procedencia. Indudablemente estamos frente a una aglutinación de formas artísticas variantes de otras precedentes, pero que, sin embargo, dejan entrever el espíritu de una comunidad, un hecho cultural y religioso bien identificado. La cuestión es si será este contenido suficiente como para que se le pueda aplicar el título de estilo propio arquitectónico.

Sin embargo, es indiscutible que, aunque no sean muy significativas, los mozárabes sí llevaron a cabo algunas realizaciones en tierras de al-Andalus, tales como la reconstrucción de iglesias cordobesas a cambio de la cesión de media Catedral de San Vicente en el 785 y el levantamiento de monasterios como Tábanos y Peñamellaria. Al-Razi fue muy explícito asegurando que, tras la llegada muslímica a Córdoba, todas las iglesias, con la excepción de la de San Vicente, fueron demolidas, y Eulogio se refirió varias veces en sus escritos a la existencia dentro y fuera de la ciudad de cuatro basílicas y nueve monasterios. De ello se infiere que los mozárabes sí habrían podido desarrollar alguna iniciativa constructora, o al menos de reconstrucción, ya que, en definitiva eran los sucesores de recientes antepasados visigóticos que habían levantado ejemplos tan bellos como San Juan de Baños, San Pedro de la Nave o el mismo Melque.

Una vez más repetiremos aquí algo que se olvida frecuentemente y es que unos y otros, visigodos y mozárabes, parten de un mismo tronco común, y es solamente tras la irrupción militar del 711, cuando cambian de nombre siendo las gentes las mismas. Aunque su capacidad artística en general, y la constructora en particular, fuese en disminución con el transcurso de los años, cuesta trabajo creer que, en menos de siglo y medio, estos conocimientos se hubieran perdido totalmente. Tampoco debemos de olvidar que, al repoblar el Duero, lo que los monjes mozárabes se encontraron fueron las ruinas de antiguas iglesias visigodas, que fueron nuevamente levantadas; y en estas reconstrucciones también cooperaban los artífices venidos de Asturias, portadores igualmente de las técnicas aprendidas de sus antepasados visigodos y romanos. Bajo estas condiciones es razonable asumir que los monjes mozárabes aportarían sus seculares artes constructivas impregnadas del aire orientalizado andalusí. 



Arco de Peñalba de Santiago


Bien es verdad que, en un primer momento, las comunidades que huyeron hacia los territorios cristianos estarían integradas por monjes que debieron sentir un fuerte rechazo hacia las manifestaciones islámicas, por ser ésta la cultura enemiga que les había expulsado. Luego, gradualmente, los mozárabes se fueron arabizando y los desplazamientos hacia el norte disminuyeron. Según ya hemos visto, el éxodo de gentes hacia los reinos cristianos comenzó en el siglo IX, fue casi continuo y se mantuvo incluso durante todo el siglo X, período en el que bien pudieron trasvasarse algunos de los avances arquitectónicos que en Córdoba se estaban ya desarrollando. De hecho, una ojeada a la cronología de las dataciones de las principales iglesias mozárabes nos demuestra su contemporaneidad.

En cualquier caso, la solución a todos los interrogantes pendientes no es previsiblemente fácil, debido al exiguo número de muestras de que disponemos para estudio, lo cual dificulta una profundización técnica y rigurosa.

Sea cual fuere la valoración que se quiera conceder a la arquitectura mozárabe, lo que resulta innegable es el papel de trasvase que jugó. Desde unos indudables orígenes hispanovisigodos con inspiración árabe y tras largo recorrido, algunos de sus elementos llegarán a contagiar al románico e incluso al gótico europeo medieval. Es posible que de las bóvedas de la mezquita de Córdoba y del Cristo de la Luz en Toledo, recogieron los artistas mozárabes su modelo de bóvedas esquifadas en el Suso de San Millán de la Cogolla. Luego, desde allí, es fácil imaginar el siguiente salto hacia otros monumentos románicos españoles, -la Catedral de Jaca y el tímpano de la Colegiata de Cervatos pueden ser  ejemplos que, a su vez, influyeron posteriormente en otros de la más pura esencia europea.



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